Los poemas del Mar Menor


El Mar Menor es el mar de mi infancia, tanto para bien, como para mal. Digo para mal porque mi padre solía llevarme a la playa llamada "La puntica", un paraje aún, si cabe, más único, pues la poca profundidad de sus aguas consiguió que no supiese nadar hasta una edad algo tardía. Quizá sea esta la única nota, por decirlo de alguna manera, negativa.


Flamencos en las salinas de San Pedro del Pinatar
Mi padre nos llevaba allí porque   estaba claro que para ahogarse había que proponérselo. Recuerdo una mañana de agosto en la que me gritaba muy preocupado desde la orilla: “¡José Ramón!, ¡José Ramón!, ¡no te metas tan al fondo!”, yo refunfuñaba insistentemente porque, después de andar un tiempo considerable mar adentro, me hubiese gustado que el agua me llegase, en algún momento, al pecho.

En invierno o en primavera, también en verano, suelo ir alguna vez a la misma zona. Desde hace unos años, existe un paseo muy bonito en el que se puede caminar tranquilamente mientras contemplas dos lagunas saladas e inmensas.  A un lado, la playa a la que iba de niño y al otro los lodos de la salinas, en donde, también, mi padre se impregnaba de ellos hasta dejarlos secar. Ahora hay un personajillo que da masajes a cambio de la voluntad. Dice tener un don, ¡ya quisiera yo ese don!, que es el de magrear con total impunidad a suecas y lugareñas.

Molino "La calcetera"
También se pueden ver unos molinos (en otro tiempo hubo tres), el de La calcetera y el de Quitín, que servían para llevar agua del mar a las charcas salineras, la misma sal que se ve en montañas enormes a lo lejos de la marisma. Los flamencos vinieron después, por lo menos esa es mi sensación. Pasé allí muchos domingos de verano y nunca antes los había visto. Fue una gran sorpresa y un gran placer estético cuando llegaron, pues se entremezclaban los rosas marinos causados por la alta concentración de yodo con los del plumaje peculiar de estas distinguidas aves.

Molino de Quintín

Este cariño se fue incrementando con los años, sobre todo por el hecho casual de que mi novia es de San Javier, municipio marítimo relacionado íntima y físicamente con el Mar Menor, y por unos poemas preciosos de una poetisa maravillosa llamada Carmen Conde. Poetisa, ensayista, dramaturga cartagenera y primera mujer en pertenecer a la RAE. El poema que aquí muestro es uno de sus libros más reflexivos: “Los poemas del Mar Menor”, que es, también, uno de mis preferidos, pues es cierto que el nivel, por lo menos de las salinas, ha bajado desde que yo iba allí de niño. Quién sabe si se cumplirá el pronóstico que nos canta nuestra poetisa, esperemos que no.



Devenir del Mar Menor

    Creciendo en densidades, de tal forma                   
que en un siglo cercano serás sólido.               
Plinto gigantesco y azul con suave rosa           
mojándote la piel en el crepúsculo.                  

Toda tu blandura maleable,                 
la que ahora soporta nuestros cuerpos,                       
cuajará entre sus sales olorosas                      
y una pista bruñida serás íntegro.                    

¿Quién irá por tu suelo, el ya tan prieto                       
como ahora es de líquido oleoso?                   
¿Qué criaturas oirás que se deslicen                
embriagados de ti, por tu infinito?                   

Te presiento en la piedra de ti mismo,             
mineral tu presencia, la que en lenta                
fugitiva evapora, suavemente               
            su corpóreo espesor de algas y yodo.  

El Mar Menor en calma,  su estado  natural y perenne





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